Posted by on Jun 11, 2011 in Artículos | Comentarios desactivados en Acerca del dolor

Acerca del dolor

De: ‘El dolor, la enfermedad y otras reflexiones de la vida humana’. Editorial Urachhaus, Stuttgart
Lic. Robert Goebel
Traducción: Elisabeth Schellhammer
Revista El Puente, Noviembre 1991

Cuando un grano de arena penetra en el interior de un molusco, este grano de arena actúa como una irritación foránea. Se formará entonces una capa tras otra alrededor de ese grano y al concluir el proceso, aparecerá: la perla. La formación de la perla es la respuesta del molusco a la dolorosa sensación que recibió de afuera.

Si pensamos en el dolor en nuestra vida, ¿qué es lo que nos nace espontáneamente en el alma? El propósito de evitarlo, de eludirlo. Tal como en la época de la guerra hubo soldados que sabían sustraerse al servicio, existen quienes tratan de ‘sustraerse’ al dolor. Esto comienza con que quisiéramos vivir lo más cómodamente posible, que preferimos eludir exigencias que se nos presentan y que la dirección de nuestra vida apunte a la felicidad. Creemos que nuestro destino en esta tierra es ser feliz, en un sentido más o menos elevado. De esta manera la felicidad determina nuestra vida.

Frente a estos anhelos, prestemos atención a lo que nos dicen los hechos de la vida. Estos hablan un idioma muy distinto pues no están orientados hacia la felicidad – muy al contrario. Contemplemos en primer término el dolor físico. Todo nacimiento en esta tierra se produce en base a dolores: la madre debe soportar estos dolores. O bien una persona se enferma: toda enfermedad significa un soportar dolor en mayor o menor grado. O pensemos en la muerte, p.e.: en una agonía prolongada o muy penosa.

Pero existen otras clases de dolores. Son los que pertenecen al ámbito de lo anímico-espiritual. Cuando el hijo adolescente comienza a separarse de la familia y a independizarse, cuando empieza a encontrar su propio camino, esto será doloroso para sus padres. O cuando el joven ande por caminos que su entorno inmediato no llegue a comprender, sus allegados sufrirán. Sucede también que personas que se aprecian y entre las que podría haber un mutuo dar y recibir, por las circunstancias de la vida se ven privadas de tener contacto, de poder intercambiarse – cuanto mayor el aprecio y el respeto, mayor será el dolor. Y, finalmente, cuando muere una persona querida, ya sea el compañero de nuestra vida, la persona a la que nos unió una gran amistad o bien alguien que nos supo guiar frente a los interrogantes de la vida – cada separación de esta índole significa un gran dolor.

¿Qué posición podemos tomar entonces frente al dolor, al haber tomado conciencia de que nuestra vida se torna estrecha y demasiado cómoda si no encontramos otra actitud frente al dolor que el rechazo? En primer término podemos tratar de reconocer el dolor y tratar de responder positivamente frente al mismo. Sin duda esto es difícil y en un primer momento nos resistimos a tal actitud. Pero ¿qué sucede si lo intentamos? Nuestra vida adquiere mayor dimensión e independencia. Nos libramos un poco de nosotros mismos, de nuestro ser demasiado aferrado a lo meramente terrenal. Con el intento de una posición afirmativa frente al dolor se desprende de nuestro ser un pedacito de escoria. Esto nos ayuda a conocer algo de nuestro ser más valioso, es decir de nuestro verdadero ser. Quizás Nietzsche, siendo un opositor del cristianismo, haya sin embargo comprendido de esta cuestión más que tantos que hoy se titulan ‘cristianos’. Nietzsche dijo: ‘Debes tener la voluntad de quemarte en tu propia llama. ¿Cómo podrías llegar a ser nuevo sin haberte convertido antes en ceniza?’ El quemarse en el dolor ardiente lleva a la liberadora vivencia de un nuevo ser.

A esto está ligado algo más. Al pasar por semejante proceso, llegamos a ser algo más libres para ver y comprender al prójimo. ¿De qué manera aprendemos a comprender el ser, la vida del otro? En última instancia sólo después de haber sufrido nosotros, y haber logrado así más amplitud en nuestro propio ser. El que es capaz de comprender mucho, ciertamente debe haber sufrido grandes dolores que ha logrado aceptar y transformar. Esto también vale para la comprensión de los hechos de la vida, del mundo en todos sus ámbitos, ayudándonos a entender la diferencia entre ‘saber’ y ‘sabiduría’. El ‘saber’ lo podemos adquirir a través del empeño y de la inteligencia; la sabiduría, en cambio, es algo que sólo puede ser alcanzado a través de vivencias dolorosas, es el fruto del dolor que no puede ser cosechado sin lucha interior. En una oportunidad Rudolf Steiner caracterizó la sabiduría como ‘dolor cristalizado’. Así podemos afirmar que la sabiduría del hombre, de la vida y del mundo nace del dolor.

Pero sucede algo más: el dolor que hemos sufrido no sólo nos capacita para entender a nuestro prójimo sino también para significarle algo cuando él sufre. Sólo aquel que haya vivenciado y sufrido dolor podrá decir a otro: ‘El dolor nos ha tocado pero no ha de vencernos. En todos los casos el hombre puede ser mayor que el dolor, pues este lo hará crecer’. El que ha pasado sufrimiento ha tenido una vivencia no sólo para sí mismo, sino que ha adquirido un don para los demás. Podrá ser un apoyo justamente para aquel que está sufriendo. El dolor vencido en forma positiva transmite no sólo sabiduría sino también fortaleza.

Luego de un dolor sufrido en forma consciente y cuyo sentido intuimos, nos damos cuenta de que no estamos en esta tierra para ver cumplidos nuestros deseos y esperanzas personales sino para aprender, para adquirir mayor madurez para la vida. Todo esto no sería posible sin llegar a conocer el dolor. Es éste el sentido de nuestras encarnaciones y sus sufrimientos. Entonces ya no preguntaremos: ¿Qué es lo que yo quisiera? sino ¿Qué puedo ser para mi prójimo, qué puedo darle? Para ello sobre todo es necesario que demos al mundo algo de nuestra paz. No pensamos aquí en algo de mucha exteriorización, sino la paz en nuestro ámbito más cercano, en el seno de la propia familia, en el círculo de allegados y colegas de trabajo. Esta paz de la que aquí hablamos, es nacida del dolor. La paz surge luego de haber enfrentado y vencido el dolor en forma positiva. La paz nos es dada como fruto del sufrimiento.
Si en nuestra vida hemos llegado a este punto, estaremos por descubrir un gran misterio. Que lo relatado se pueda hacer realidad, que el hombre pueda, cosechar frutos del dolor, no es mérito nuestro sino un don. Este don no sería posible sin aquel hecho que marcó el fundamento para el advenimiento de nuestra era cristiana, si el Hijo de Dios no hubiera asumido los dolores del mundo. Después de haber padecido la flagelación, está allí su corona de espinas y su manto de púrpura. Así lo presenta Pilato a la multitud: ‘He aquí el Hombre’. Y ante nuestras almas se eleva esto como la imagen arquetípica del hombre: el Hombre que sufrió todos los dolores es – el ser humano.

Ciertamente existe un abismo entre nuestros dolores y los del Hijo de Dios y del Hombre. No son los mismos dolores. Los nuestros son las consecuencias de acciones. En primer término esto puede ser visto desde un enfoque personal. Pero entendido en forma más amplia, nuestros dolores son consecuencias de acciones humanas en general. Como hombres estamos inseparablemente unidos a todos los que llevan semblante humano: habernos separado de lo divino es nuestro común destino. Todo lo que debemos enfrentar: separación, enfermedad, muerte, es decir, todo lo que nos produce dolor, es consecuencia de nuestra separación, de nuestro alejamiento de lo divino. El dolor que sufrimos es sólo el signo exterior, ‘palpable’ de esta realidad. Es el signo más claro de la enfermedad del pecado que actúa en toda la humanidad y que es fruto de ese habernos apartado.

Los dolores de Cristo Jesús son de otra índole. Gracias a su condición divina se encontraba más allá del ámbito de la enfermedad del pecado humano. Pero por voluntad propia ha penetrado en ese ámbito y con ello ha asumido los dolores terrenales. Los dolores que El sufre no son Sus dolores sino los dolores de la humanidad que El lleva en representación de aquella. En la inversión de los tiempos estos dolores tuvieron que ser asumidos por un ser divino para que la esencia humana no sucumbiera bajo su peso. La Cruz erigida en la tierra es el silencioso gesto de Cristo lleno de amor frente al dolor terrenal. Desde entonces están sentadas las bases para que el hombre pueda cosechar el fruto del dolor.

De esta manera llegamos a comprender un detalle de la imagen relatada en el final del Apocalipsis de Juan, un detalle de la imagen de la Jerusalén Celestial. La Jerusalén Celestial, es decir, el mundo venidero, es descripta como una ciudad que posee doce portales: ‘Y los doce portales eran doce perlas y cada portal era una perla.’ Recordemos ahora lo que se dijo de la perla al comienzo, de cómo se va formando. Ahora, al final comprendemos lo que significa que los doce portales del mundo venidero serán hechos de perlas. El portal significa el umbral que debe traspasarse para poder entrar en la ciudad. Esto quiere decir: De ser traspasado el portal erigido del dolor de la humanidad vencido en forma positiva. No hay otro acceso. Nadie entra que no traspase ese umbral.

Esta es la imagen del futuro frente a la imagen de la Cruz del pasado. Y nosotros como hombres nos encontramos

entre la Cruz y el portal de perlas,
en el sendero de la Cruz hacia el portal de perlas.