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El miedo y la confianza arquetípicos

Jean Gebser – Lecturas y Conferencias sobre “Origen y Presente” Tomo V / II – pág. 124 y siguientes

Traducción: Dora Kreizer
Buenos Aires,  Julio 2011

La confianza arquetípica no es una situación y tampoco es una condición. Es una actitud, un sostén y una conducta interior; y a su vez es ser sostenido. Es tanto calma como movimiento; mejor aún, es calma y movimiento, en el sentido del Evangelio de Tomás, o también en el sentido wu-wei del tao, es decir, de la capacidad de “actuar sin actuar”. Este “actuar sin actuar” es la esencia de aquello que aquí se considera conducta interior. Esta interioridad (como la circunscribiría Hölderlin) la cobija [a la actitud] en lo invisible. Siendo que lo que de verdad es invisible es lo espiritual. Es por ello que con razón se puede decir: la confianza arquetípica es participar, participar conscientemente de lo espiritual y ser sostenido en la sustancia espiritual inquebrantable, indisoluble.

El miedo arquetípico a diferencia de la confianza arquetípica, por supuesto es una situación y una condición. Por lo que no se trata de una actitud, sino que se trata de falta de actitud; simplemente es ausencia de lo intrínseco. Pero cada ausencia tiene la característica de ir acompañada de un impreciso y permanente deseo. Cuando participa el deseo, nos encontramos en el ámbito de lo anímico, tal vez incluso de lo vegetativo-existencial de la criatura. El miedo arquetípico es un problema anímico y por ende es ausencia de lo intrínseco, de lo espiritual, siendo a su vez deseo de lo espiritual. En quienes lo padecen, es una constante perturbación del sí mismo.

Por lo que sé, alguna que otra vez se ha hablado del miedo arquetípico; por ejemplo, Herrmann Graf con Keyserling en sus “Meditaciones Sudamericanas” (Südamerikanische Meditationen)  quien a modo de fenómeno contrapuesto ubicó al “hambre arquetípico”, lo cual podría ser un desvarío. Pero de la confianza arquetípica casi no se ha hablado aún. En el mejor de los casos se ha hablado en el sentido de un refuerzo de confianza, pero no se menciona en qué consistiría dicho refuerzo. Por otra parte, la actitud que la define, de ninguna manera es una actitud nueva, pero sí es una actitud que hasta hoy ha sido infrecuente ─al menos en occidente─ o, allí donde se la experimentó, se la definió en otras palabras o se la describió de otra forma; hoy ambas se han tornado ambiguas. Sí, incluso más que eso: se trata de palabras y definiciones que adulteran pues ya no son correctas o porque ─como casi todas nuestras nociones ─ han llegado a ser ambiguas y por eso han perdido su fuerza de concatenación. Este hecho ─que parece ser contradictorio─ se aclara si logramos armarnos de coraje para mirar y reconocer lo que le está sucediendo actualmente a la humanidad en todo el mundo. Se trata de la irrupción de la nueva conciencia integral, en nosotros y en nuestro mundo.

La constelación del miedo

Como el miedo y la confianza no son opuestos sino polaridades que se corresponden entre sí ─se complementan─ con uno siempre se da el otro. Este carácter polar de ambos fenómenos, que se condicionan entre sí, también les confiere su impronta psíquica: detrás del polo negativo del miedo siempre irradia y se expresa la constelación básica de lo viviente, su polo positivo, la confianza, pues el miedo recién se confirma a partir de su otro polo, que hace posible su percepción. Si no comprobamos lo antedicho, caemos en el equívoco de rotular de miedo algunos factores y constelaciones que desencadenan y fomentan el miedo ─temor, fobias o traumas─.

Este equívoco alguna que otra vez también fue visto y denunciado por la iglesia. Yo tomé conciencia en la Catedral de St. Etienne de Sens. Sens es una ciudad de Borgoña que se encuentra a unos cien kilómetros al sudeste de París. Hace muchos años, entre otros tesoros de su catedral, he visto dos de los más bellos tapices de Francia. Se los considera incluso más bellos que los de “La dama con el unicornio” del museo Cluny de París. Provienen del siglo XV y fueron confeccionados como un regalo para Charles de Bourbon, que por entonces era archiduque de Lyon. En su orilla, además del monograma “CB” había sido bordada la siguiente consigna para este príncipe de la iglesia: “N’espoir ne peur”: “Ni esperanza ni temor”. Esperanza y temor, no estamos ante una dualidad y tampoco se trata de un dualismo, tampoco son polares, pues no se excluyen, pero tampoco se invalidan mutuamente complementándose. La esperanza no invalida al temor; sólo (citaré): “el perfecto amor hecha fuera el temor”, dice Juan (1. Juan 4:18); pues como sigue diciendo “el temor lleva en sí angustia”. Pero la esperanza es una enfermedad: ningún occidental tiene derecho, de acuerdo al grado de conciencia que hubiere alcanzado, de correrse de la responsabilidad de su destino, ni de sustraerse a él, y tampoco le es permitido fugarse del presente. Quien espera, se sustrae de la co-formación de su destino; expresado en términos religiosos, no se cobija en el consejo divino, sino que huye de la realidad (lo cual es fatal). Aquí por supuesto no ha de ser confundida la esperanza con la paciencia. Sin embargo, quien esperanzado deja de vivir el presente ─lo cual sucede siempre que alguien no vive en el presente, sino en la esperanza de un futuro mejor─ no vive, vegeta, es decir: vive sin yo y por esto sin responsabilidad. Ser responsable y estar presente son condiciones para vivir conforme a la estructura de su conciencia. De entregarse a la esperanza, en lugar de superarse, entrega su laboriosamente logrado yo; se sustrae de la decisiva posibilidad de librarse de él. Esta pérdida del yo es una enfermedad que se evidencia en la esperanza. El temor es una paralización de la capacidad de vivir, que aparece con mayor claridad en el temor a la muerte.

Hablo de estas cosas que en este contexto parecen marginales, porque creo que es importante considerar la mayor cantidad de constelaciones y configuraciones que surgen alrededor del tema “miedo”. Por la misma razón debo señalar un equívoco que es condicionante para una clara percepción del miedo. Este señalamiento, a mi entender, enfoca nuestra visión en el obrar y la realización de la nueva conciencia que, como lo mencioné antes, es de importancia decisiva para la percepción de la confianza arquetípica.

Nuevamente: Polaridad y Dualidad

Hoy día el equívoco surge a raíz de que polaridad y dualidad sean vistas como una y la misma cosa. Se nos ha perdido el saber respecto del ser y del carácter de la polaridad, de modo que a la polaridad racionalmente la concebimos como sinónimo de dualidad. La polaridad es una condición vital básica. Pero por haberla identificado con la dualidad hemos dividido nuestro pensar y nuestra conciencia, y así hemos parcelado y fraccionado nuestra realidad.
La polaridad es complemento y todavía percibe a la totalidad; la dualidad,  por el contrario es impuesta por nuestra inteligencia en la oposición y sólo cuenta con las partes; además los dualismos son magnitudes que se excluyen y combaten  mutuamente. La inteligencia, desde que perdió el criterio que aún hoy sabe de la existencia de la polaridad, se degradó a la simple razón; la razón en primera línea significa “parte”, luego también “pensar”, por ende “pensar en fracciones”.  Su elección dividió, fraccionó y parceló nuestra realidad. Quien hoy observa objetivamente (es decir sin ninguna ilusión) nuestro mundo, tiene que aceptar que vive en un mundo fraccionado. ¿Qué nos aprota esto a la larga? Cuando por ejemplo se cortó o rasgó una carta en pedazos, volver a re-componerla, no sólo es difícil; y si se logra la artística tarea de unir todos los trocitos: ya no se trata de una carta entera, sana; en el mejor de los casos se obtuvo un collage; pero algo así sólo puede ser realizado por grandes artistas, como ser un Braque o un Picasso, quienes no sólo han sido grandes destructores sino también han realizado creaciones indicadoras de nuevas vías. Pero ¿qué sucede con los otros cuando perciben que de un mundo emparchado no resulta un mundo sano? ¿Qué hacer, en tanto y en cuanto uno toma conciencia de esto? Allí sólo quedan horror y miedo: la gran e irrevocable cisura, la descompostura de la simple existencia del aquí y ahora, a la que se ha forzado la vida mediante la división.
Con el fin de poder observar las consecuencias de lo divisorio, del pensar nada más que dual, presentaremos en breve algunos ejemplos de dualismos que sin pensar son tomados como polaridades. Con ello no pretendo ni elogiar las polaridades, y tampoco condenar o difamar las dualidades. Cada una de estas formas de pensar, expresar o realizar,  tienen su razón de ser. Lo que adultera nuestra realidad, lo que no se ha de permitir, está en la omisión de su diferenciación. La falta de diferenciación es la que no nos permite posicionarnos por sobre las constelaciones que ella misma produce.
Un par de conceptos que valen como duales, es decir contrapuestos, son por ejemplo: el aquí – el más allá. Esta fórmula rasga la totalidad arquetípica. Sólo para quienes también contraponen vida y muerte tiene una  aparente validez, con la que para sí postulan la insociabilidad del ámbito visible, del aquí y la vida, con el ámbito invisible, el más allá y la muerte que desvalorizan. Estas configuraciones no son opuestas sino que se corresponden, son distintas formas en las que aparece lo mismo y por ello son polares. Entre ellas ni siquiera existe una vinculación causal, que por ejemplo explica a la muerte como consecuencia de la vida. Por lo que no se trata de una dualidad y tampoco de una consecuencia. Son dos caras de la totalidad, pues son inseparables, están indesgarrablemente entretejidas y como totalidad se presentan en conjunto. Esto vale tanto en general como para cada ser humano, puesto que pertenecemos a ambos. Si, como ha sucedido, los desgarramos, nos desgarramos a nosotros mismos, nos fraccionamos a nosotros mismos y a nuestra realidad, nos limitamos, surge el miedo, llegamos a ser miedo.

Hablamos de opuestos cuando pensamos en el nacimiento y en la muerte; pero no lo son y tampoco son polares porque el morir también es nacer.
¿Y qué decir de principio y fin? Se trata de una arbitrariedad, el triste resultado de haber transformado y deformado la línea circular, la espiral en recta.

Permítaseme aquí una observación: que muchos duden de un final o le teman, se ve en el intento de relativizarlo mediante giros idiomáticos como “de últimas” o “en definitiva” (en lugar de: lo último, finalmente). Una forma tan ligera de expresar algo, delata una manera sintomática, aquí no se asume el riesgo de pensar hasta las últimas consecuencias; detrás del pleonasmo se oculta el deseo de dilatar un plazo, como así también el autoengaño de que el final no es el fin pues “de últimas” habría otra salida: o sea dudas, esperanza encubierta y a su vez angustia mortal.

¿Y cómo se maneja el dualismo en la conciencia? De modo  inconsciente, pues sólo existen diferentes niveles de conciencia.

O ¿qué sucede con este otro dualismo: cantidad – calidad? Un renombrado pensador de nuestra época caracterizó a este binomio como polar, pero tuvo que aceptar lo que pienso: la cantidad sólo es una consecuencia de la calidad.

Los binomios miedo y coraje o miedo y certeza podrían ser vistos como dualismos aceptables. Pero sólo se trata de opuestos imprecisos, pues al coraje no se le opone el miedo, sino la cobardía. El coraje sólo es la consecuencia del posible miedo. Pero la alternativa que se contrapone a la certeza es la vacilación y esto alude a lo mismo que sucede con el optimismo y el pesimismo, tratándose aquí de un dualismo impremeditado. Cada vez queda más en claro que éste hoy ya no tiene validez; ambos términos, tanto el optimismo como el pesimismo, son actitudes vinculadas al futuro que surgen de estados anímicos ─propensiones e inclinaciones─  indisciplinados y fuera de control que al depender de su manifestación en el tiempo, son de carácter ilusorio.

Aunque existen muchísimos más, nos limitaremos a estos ejemplos. En algunos casos se trata de dualismos verdaderos, pero en su gran mayoría, aunque sean declarados como tales, como hemos visto, se descubre que son tergiversaciones intelectuales. Para clarificar el rol del miedo, para poder observarlo desde un punto de vista normal e integrarlo en el ámbito de la percepción de la nueva conciencia integral, fue importante aclarar esto.

La eliminación de prejuicios

¿Cómo inciden y qué tienen que ver con el miedo y la confianza arquetípicos los señalamientos previos sobre la nueva conciencia integral y las explicaciones sobre el pensar psíquico, impregnado de polaridades, los dualismos y las dualidades racionales? Debería haberse evidenciado que los improperios que surgen a consecuencia del pensar dual, en el mejor de los casos son aplicables al pensar racional. Tan pronto observamos los dualismos desde lo integral, ellos dan cuenta de no estar a la altura de la nueva realidad que se constela gracias a la nueva conciencia. Como el miedo y la confianza arquetípicos ─distintos al miedo y a la confianza─ no son polares y mucho menos opuestos, pues su vinculación sólo puede ser percibida mediante el pensar integral ─puesto que la confianza arquetípica es confianza integral─, fue necesario llevar a la luz la deficiencia, ante todo la deficiencia del pensar dual, para la percepción o la evidencia del miedo arquetípico, pero más aún de la confianza arquetípica. Y volveremos  nuevamente sobre estas complejas formas distintas de pensar, y ámbitos para pensar sobre la realidad. Y esto tampoco será suficiente. Por eso es que antes nos ocuparemos de otro circuito problemático. Por cierto: para ello tenemos que tener coraje, pues tendré que remover un tema que en occidente desde hace casi dos mil años se ha desplazado de la conciencia. De allí surgirá que todas las formas de realización hasta aquí aplicadas, tendrán que ser integradas por una que por ahora no se ha practicado mucho. Para percibir esto, para aceptarlo y ante todo para vivirlo, yo mismo necesité muchos años. Pero la ventaja es que ahora tengo la tranquilidad y la confianza para poder decir algo al respecto. Desde una atmósfera clara como el cristal, que lejos de toda intoxicación y sin exceso de entusiasmo, sin emociones ni intencionalidad, sin querer convencer, sin antipatías, sin intolerancia, sin valoraciones y juicios subjetivos, y tampoco sin deseo y, aunque nada de esto sea aplicable, se trata de una disposición conforme a la cual es posible vivir en concordancia con estas exigencias.

Tres preguntas vitales

Hay tres preguntas fundamentales que todo ser humano alguna vez formula de modo más o menos consciente. Como se trata de las preguntas primordiales, cada uno se las formula en su intimidad o surgen en una conversación. Cada sacerdote, cada médico del alma, sin duda las ha escuchado. Para desterrar el miedo, las almas aún se dirigen a algunos de estos hombres cuya confianza los alcanza como proviniendo desde un indulto divino. Desde que fue echada por tierra la cualidad de aquello que alguna vez se describiera positivamente como nimbo ─Rudolf Otto en su lugar aplicó el término numinoso, que es más abarcante que el término nimbo─ es a ellos a quienes el ser humano les entrega actualmente su liberadora confianza.
Pero los médicos y sacerdotes en su gran mayoría han perdido parte de su antiguo resplandor. (Un resto muy pequeño quedó adherido aún a la sotana o al delantal.) Y ¿qué hay de los profesores, que alguna vez lo poseyeron en su cualidad de letrados? Para responder estas preguntas huelgan las palabras.

Las tres preguntas son: “¿De dónde vengo?”, “¿Quién soy?”, “¿Hacia dónde voy?”.

Mientras no hayamos encontrado respuesta a estas tres preguntas, persiste el miedo arquetípico. De él provienen ─a medida que vamos tomando conciencia de estas tres preguntas─ los miedos psíquicos e intelectuales, siendo a su vez disparadores de agresiones y depresiones ─he aquí un buen par de opuestos─, que pueden llevar a la destrucción del otro o a la autodestrucción. Sólo en quien encuentra la respuesta a estas tres preguntas despierta la confianza primigenia y desaparece el miedo arquetípico. Lo que en ese caso es casi incomprensible, es que se ha superado el miedo arquetípico para siempre y que el mismo nunca volverá a ser una amenaza.

Vivir en la confianza arquetípica

Sería irresponsable y más que vergonzante atreverse a asegurar algo en esa dirección o formularlo, si en el transcurso de la historia de la humanidad
una actitud tal ─que le es inherente a la confianza arquetípica─ no habría sido vivenciada por algunos. Ellos, desde su herencia espiritual interior, y gracias a la sustancia espiritual que en esa herencia les fue concedida, pudieron vivir dentro de la confianza arquetípica. Dentro de nuestro círculo social, esto sin lugar a dudas, se aplica a Meister Eckehart. Pero fueron y son muchos más los que la poseyeron o poseen, muchos más de los que pensamos. Yo mismo, como cualquiera de nosotros, me he encontrado con hombres y mujeres que vivieron desde esa confianza arquetípica. Pero, desde luego, como no obran mediante actos llamativos, entre los que también cuenta el hablar, sino mediante una actitud, permanecen irreconocibles y son desconocidos para quienes no poseen al menos una noción de esta actitud. Es sabido que por ejemplo hay muchos seres humanos que no perciben las elevadas vibraciones del gorjeo de los grillos; el hecho de que no lo perciban, sin embargo no prueba que este gorjeo no exista. Las afirmaciones de quienes tienen esa confianza arquetípica, cuando lo consideran necesario, sólo son señalamientos como los de los discípulos, que en su gran mayoría nos han sido transmitidos como apócrifos. Parecería innecesario mencionar que a Cristo lo caracterizaba esta confianza arquetípica que participaba a sus discípulos y que ininterrumpidamente nos sigue haciendo partícipes de ella. Antes bien habría que decir que en Cristo ─en quien la confianza arquetípica es una cualidad, quien además habita en el todo-abarcante ámbito divino espiritual, de cuya luz en caso de verla, no sabemos si nos encandilaría─ habita esa luz que Pablo describe como “la luz inalcanzable”, “en la que vive Dios”. Para nosotros ya es muchísimo participar de esa luz invisible, portadora y mediadora de la confianza arquetípica. Esta confianza arquetípica es una actitud que se basa en el divino amor universal. Este “amor perfecto hecha fuera todo temor”, dice Juan. Para él “temor” y “amor perfecto” son sinónimos de miedo arquetípico y confianza arquetípica. La palabra griega phobos significa evasión, timidez, temor y miedo (en el sentido de miedo). Como en este escrito de Juan, phobos es puesto en relación al más alto principio cristiano, al “ágape”, en este lugar phobos puede ser traducido en el sentido que se hizo. A propósito: esta referencia es una cuestión de traducción, de ningún modo se trata de una exégesis ─a mí no me corresponde─ pues no soy teólogo.

El pensar perceptivo

El diagnóstico o dictamen según el cual se elimina, se supera, se desaloja el miedo arquetípico mediante la confianza primigenia es decisivo. Se trata de un acontecimiento espiritual. Por eso, su cualidad difiere mucho de lo que puede suceder a nivel psíquico o mental racional. A nivel psíquico el miedo se equilibra mediante la confianza, uno siempre alterna con la otra, uno no puede ser sin el otro; de acuerdo a su carácter polar, lo que en cada caso se presenta, sólo es la otra cara de lo que no aparece, complementándose de esta forma. O dicho de otro modo: en el ámbito psíquico el miedo contiene la confianza; se trata de estados que se alternan y compensan; del mismo modo como la confianza contiene al miedo amenazante, en el polo opuesto, el miedo contiene la confianza protectora. La situación del miedo en el ámbito racional, es decir, cuando no lo observamos desde el punto de vista psicológico sino racional-conceptual, es muy diferente.

Hace pocos decenios todavía se habría podido definir al miedo y a la confianza como estados alejados o cercanos a Dios. Este dualismo, como muchos otros, es una alternativa incorrecta. Dios ─en tanto y en cuanto hoy día todavía se quiera reducir lo divino-espiritual a un concepto o expresión personal patriarcal─ nunca está lejos o cerca; él siempre está presente en todo. Sin embargo la cercanía o la lejanía pueden ser comprendidas como un fenómeno vincular. De todos modos, muchas formas de miedo son problemas de vincularse. ¿Es posible que a personas afectadas por complejos de miedo de este tipo, se las libere del aislamiento y de la limitación de su yo, de forma tal que puedan lograr la confianza arquetípica? De vez en cuando esto puede suceder. Por otra parte, quienes intentan llegar a superar el miedo de modo racional, de ningún modo alcanzan la meta. De más está decir que al ponerse por meta el logro de la confianza primigenia, el logro de la misma se ve impedido. Más adelante diremos algo al respecto.

Quien intente solucionar el problema del miedo de modo racional, es decir, quien, como suele suceder hoy día, sólo aplica la inteligencia racional, la mente, desentendiéndose de la cognición psíquica, se ve condenado al fracaso. El pensar que solamente es racional, divide la realidad, la vuelve dual (esto ha sido señalado reiteradamente en estas páginas). Esa forma de pensar, puede llegar a ser una ayuda para ciertos pasos de conocimiento. Pero los mismos son completamente secundarios. Cuando el pensar racional conceptualiza contenidos y estados psíquicos, se vuelve peligroso. Quien trata de comprender el concepto miedo, ante todo expresa su trágica e inmensa escisión humana, su desvinculación y su desvalimiento que son características de lo racional y que de ninguna manera conducen a la confianza arquetípica. Pero en la desesperación  extrema, la estrechez más angustiante de los miedos puede desvanecerse; la extraordinaria práctica, profundamente cristiana de Sören Kierkegaard y Paul Tillich, fue el haberle hecho frente; ellos fueron capaces de conservar la razón. Esta forma de razonar, basada en el pensar perceptivo, todavía conserva la inalienabilidad de las polaridades psíquicas, pero ante todo, sigue abierto a la intuición que nos alcanza, no por nada a los verdaderos pensamientos los denominamos “inspiraciones”. Los pensamientos, como se dice popularmente, nos llegan, ellos caen en nosotros. En quien conserve esta habilidad del pensar perceptivo en su corazón y no permita que el pensar que divide lo enajene, sino que observe conscientemente a ambos, el estado del miedo arquetípico se develará. Es un fenómeno arquetípico. Posiblemente pueda ser calificado como la expresión inevitable y la reverberación del shock originario que acompaña la permanente creación, el permanente originarse del universo en el mundo y en la vida; que pueden ser desterrados por el “amor perenne”. Por cierto, nuestra colaboración es imprescindible, como también lo es, saber que el shock del nacimiento universal nada tiene que ver con el simple trauma de nacimiento. Entonces la confianza arquetípica puede comenzar a obrar en la conciencia.

Unidad e identidad

El haber respondido las tres preguntas anteriores es requisito previo para esta colaboración. El primer paso ya lo hemos dado cuando nos percatamos de que el más allá, que había sido excomulgado, también está acá.  Este hecho para nosotros ahora ya no es fe, tampoco es conocimiento, sino evidencia. No están divididos dualmente, tampoco se compensan polarmente, sino que son idénticos, es decir que son una identidad.

Hablo de identidad y no de unidad porque con la palabra unidad se asocia erroneamente al uno patriarcal. Pero el uno sin embargo es divisor de la unidad original, del círculo, del malinterpretado cero, que expresa tanto vacío como plenitud. El taoísmo conocía este misterio, estoy pensando en El misterio de la flor dorada(Das Geheimnis der goldenen Blüte) y de la circulación de la luz (Kreislauf des Lichtes) de la que allí se habla; pero esto sólo al margen. El uno es la línea del círculo llevado a la recta y con ello destructor de la unidad primigenia. […] Ambos, el así llamado más allá y el así denominado más acá para la capacidad perceptiva de la conciencia integradora siempre están presentes y forman nuestra vida, aunque las fuerzas espirituales, las que llamamos del más allá, fueron consteladas mucho antes que aquellas que ellas mismas generaron, las así llamadas manifestaciones del más acá. Las fuerzas espirituales son simultáneas y no se rigen por leyes espaciotemporales, ellas se definen en el origen, pero sus manifestaciones se rigen por leyes espaciotemporales y se suceden en secuencias en el presente. He descripto el carácter y la estructura de lo simultáneo que se hace visible en los procesos atómicos nucleares y en nuestros sueños nucleares (como los he denominado). Como esta constelación primigenia acontece en nosotros (como ha sido comprobado), el origen y el presente, al igual que el más acá y el más allá, como vida y muerte, lo visible y lo invisible, son una incesante unidad, una identidad inseparable; en definitiva son una forma de expresión y cosmovisión del todo.

Lo mismo se aplica para la vida y la muerte, la vida no existe en el más acá, y la muerte sólo en el más allá, la participación de lo invisible es fundamental para lo visible y la luz espiritual es inherente a todo lo que vemos en el así denominado más acá. Estos son algunos ejemplos.

Ni principio ni fin

¿Cuáles son las consecuencias de esta forma de percibir la realidad, que supera la separatividad, sin por ello negar la validez de la estructura polar compensatoria del psiquismo, ni  los sistemas mentales racionales que dividen y distinguen de manera dual? ¿Qué consecuencias tiene esta forma de percibir la realidad, esta forma a la que le es perceptible el todo, en tanto y en cuanto esto sea posible en un espíritu humano? Tiene la consecuencia que no podemos hablar ni de principio ni de fin (prescindiendo por supuesto de aquella recta que hemos recortado partiendo el todo para poder mensurarlo). La indivisibilidad de principio y fin no es una negación del cambio, sino la confirmación de que tanto movimiento como quietud siempre son simultáneos. Pero ante todo: el todo, del que somos parte, no conoce principio ni fin. ¿Qué significa esto para nosotros? Que el nacer no es el principio, y que el morir no es el final. En otras palabras, que vivimos tanto antes del nacimiento como después de la muerte. ¿Pero cómo? Cuando sabemos que en nuestra vida siempre está presente la así llamada muerte, en nuestra muerte también debería estar presente la vida, del mismo modo como al más allá le es inherente el más acá y al más acá el más allá.

Si lo uno está incluido en lo otro ─y con esto vuelvo al tema anterior, que ha sido mal visto durante dos mil años ─ entonces nuestra vida actual, no es la primera y tampoco será la última. Las sagradas escrituras ya lo mencionan: Pedro, Pablo y Juan nos transmiten proverbios alusivos de Cristo que además se sostienen por Agrapha y escrituras apócrifas. En este contexto recordemos las importantísimas y reveladoras conversaciones que mantuvo Cristo Jesús con Nicodemo. En algunos Evangelios, como los de Tomás, que han sido catalogados como gnósticos endiablados por algunos círculos, Cristo habla de esto. (Paralelamente a un gnosticismo vulgar, entremezclado con  supersticiones y restos synkréticos ─la ‘Pistis Sofía’ en parte es un ejemplo de ello─ también hubo un gnosticismo espiritual; esto no será novedoso para quien además del taoísmo vulgar conoce el taoísmo espiritual). El saber acerca de la reencarnación ─que entre nosotros comenzó a ser reprimido alrededor del año 300─ en Asia, particularmente en China, recién comenzó a ser combatido por el maoísmo.

Como la enseñanza de la reencarnación en China desde el reinado de la dinastía Ming (a partir del año 1.368) había sido deformada y transformada en una tosca enseñanza compensatoria de neto corte materialista, en la que todo se medía con la vara del premio o del castigo por actos acometidos en anteriores vidas, su rechazo (que por otra parte no fue postulado a raíz de su forma equívoca) casi sería deseable ya que el fenómeno de un nuevo nacimiento en primera instancia no es valorado como oportunidad para la maduración e intensificación de la conciencia y su aproximación a lo espiritual. (A propósito de esto, en Europa a partir de la última centuria se está instalando un proceso degenerativo similar en la interpretación de vidas sucesivas en algunas sectas que buscan el mero conocimiento espiritual).

El reconocer que hemos vuelto a nacer y que vamos cambiando de nacimiento en nacimiento, es condición para el despertar de la confianza primigenia.
Y aquí se justifica un pequeño comentario al margen: ¿cómo es posible que personas que supuestamente no ‘saben nada’ del fenómeno de la reencarnación utilicen algunas veces palabras tales como “cuando vuelva la próxima vez, no volveré a ser quien soy actualmente”. No se trata de una broma, ¿quién bromea con la vida?

Recuerdo imperecedero

Pero ¿qué tiene que ver la reencarnación con la confianza arquetípica? En cada uno de nosotros debería dormitar un recuerdo olvidado de aquellos ámbitos invisibles del más allá, tan difíciles de traer a la conciencia como los recuerdos de vidas pasadas. Aunque de vez en cuando sucede ─sabemos que a Pitágoras y a algunos otros les sucedió─ este recuerdo no es importante. No podríamos soportar tanto recuerdo. En eso, cuando el olvido es auténtico, al igual que en esta vida ─siempre y cuando no se trate de represión─  hay algo sanador que reivindica la vida. No se trata de nuestro yo cambiante, ese que además de ser egocéntrico nosotros en occidente malcriamos de modo embarazoso, sino de una sustancia más íntima de nuestro núcleo espiritual, que en cada vida se impregna y fortalece, que porta nuestra impronta de vida en vida. El es la sustancia transformada y por ello recuerdo que no se pierde. Este núcleo a su manera “sabe”, incluso hoy, del así denominado, siempre presente, más allá. Y hay personas que lo perciben y a quienes se les hace evidente. El saber acerca de la identidad del más acá y del más allá es una ayuda adicional para el despertar de la confianza primigenia. ¿Alcanza? Quien tome conciencia y a quien se le hagan evidentes los vínculos entre de dónde y hacia dónde de su propia sustancia, no debería percibirse más como “hechado”, sino cobijado en el todo. Ésa sería la confianza primigenia que hecha fuera al temor arquetípico y lo supera.

En este lugar tal vez pueda contar un pequeño episodio que tuvo lugar en un Congreso Eranos. Fue uno de los últimos congresos de los que participó C.G.Jung y fue poco después de haberse recuperado de una dolencia cardíaca. Concluida una de las conferencias matinales, salimos juntos del salón. Cuando salimos a la terraza, permaneció en silencio absorbiendo la belleza del paisaje del Lago Maggiore y me dijo: “Mi Dios, qué hermoso es el mundo.” Y luego, desconcertado y casi enojado, hablándome a mí y consigo mismo: “Ya no debo considerarlo hermoso, no quiero tener que retornar.” Cuando luego caminábamos por el jardín en dirección a la casa de la Sra. Fröbe-Kapteyn (fundadora de los Congresos Eranos) hablamos de su enfermedad; repentinamente se paró y mirándome dijo, muy serio: “Sabe, Gebser, con esta historia del corazón ─fue interesante, tuve miedo─ justamente no se trató de miedo psíquico, fue un miedo puramente orgánico; sí, eso también existe, no todo es psiquismo.” Y luego sonrió.

Lo dicho en las páginas anteriores sobre los miedos y sobre el miedo arquetípico, tal vez fue más plausible que aquello que se dijo sobre la confianza arquetípica o primigenia. En este contexto se habló de actitud, de conducta interior, de sostener y ser sostenido, pero también de la nueva conciencia, del “amor perfecto”, de la ”luz invisible”, de las tres preguntas vitales y de la identidad o de la polaridad de distintos fenómenos, que en el transcurso de los últimos 2.000 años nos hemos acostumbrado a ver como contradicciones. Es justo recordar que la ley de causalidad aquí ocupa un primer plano y que las costumbres y hábitos en el pensar pueden haber hecho surgir la pregunta: ¿qué es lo que se aplica en realidad? Por ejemplo ¿es  la confianza primigenia la que obra, o resulta de lo obrado?  Los fenómenos arquetípicos aquí tratados no sólo pertenecen al ámbito de lo visible ─que hemos escindido de lo invisible─ sino que también los caracteriza lo sucesivo que les es inherente. Este, su carácter sucesivo nos indujo a atribuirle una trayectoria en una sola vía o dirección en el sentido de causa y efecto. Esa fue una simplificación de efecto cuasi mortal. Con lo cual queda demostrado lo  erróneo del pensar progresista que hoy día se devela. Por lo demás, en el Medioevo la escolástica aún aplicaba cuatro formas de causalidad, que nosotros hemos reducido a una sola.

Los fenómenos arquetípicos que hemos tratado también pertenecen al ámbito invisible en el que prevalece la simultaneidad. En el acontecer atómico y en los sueños nucleares ─ ambos de carácter primigenio ─  no podemos definir un antes y un después. Causa y efecto allí son idénticos, tal como lo son el origen y el presente. Siempre lo uno participa de lo otro. Sin esto no existiría el todo. En este sentido, la conciencia integral también se halla ─tanto en lo visible como en lo invisible de nosotros ─ contenida en lo espiritual que todo lo compenetra.

Fe – conocimiento – evidencia

Lo mismo evidentemente vale tanto para la luz visible como para la luz invisible. Antaño se creía en la existencia de lo espiritual y se lo rotulaba como confianza en Dios. Hoy día, gracias al obrar de la conciencia integral lo hasta aquí disímil se nos evidencia en el todo, la fe y el conocimiento se unen en la evidencia. Así es como, por otra parte, el altruismo (ichlosigkeit), el NOSOTROS de la comunidad que fue portador de la fe, y la yoidad (que lamentablemente en la mayoría de los casos se transformó en egocentrismo) que fue portadora del conocimiento, también se compensan en la libertad del yo, el ser libre del yo. Este ser libre del yo es fundamental para coparticipar de la conciencia integral, de la confianza arquetípica, de lo invisible, de la luz espiritual. Esto invisible, esta “insuficiente” luz “no creada” en definitiva es transparencia, una “luz” que todo ilumina, todas las cosas, incluso la claridad solar y la oscuridad. En quien la percibió, aunque más no fuere por un instante, despierta a la confianza arquetípica; es más: en esa persona despertó, pues le es inherente a todos, del mismo modo en que la luz invisible siempre está en nosotros. Se la puede ver, mejor dicho: se la puede percibir. Cada uno de nosotros la ha percibido alguna vez en su vida, posiblemente en un sueño, tal vez sin haberse percatado de ello. Esta luz espiritual es un hecho concreto. Y la así denominada casualidad (para quien piensa que la casualidad es un acontecer ciego, el mundo sigue siendo un laberinto que no merece su confianza) al principio de las semanas en las que estaba trabajando en este escrito,  me acercó una prueba contemporánea sobre cuán concretos son estos hechos.

Se trata de la autobiografía de Jacques Lusseyran “Das wiedergafundene Licht”. El nació en París en el año 1924, a los ocho años quedó ciego y murió en el año 1971. A pesar de su total ceguera, desde el primer momento en el que perdió la vista, el mundo para él no era oscuro: él, en su ceguera, veía la luz invisible; también veía el aura de las personas, lo cual le ayudaba a no equivocarse con ellas. A sus diez y seis años ya luchaba en la resistencia, llegó a ser el jefe de un grupo, estuvo cautivo en un campo de concentración y más tarde fue profesor universitario de literatura francesa tanto en Francia como en los Estados Unidos. En las primeras páginas de su libro describe esta luz y los efectos que sobre él emitía, del mismo modo que lo han hecho los pocos que alguna vez hablaron sobre este misterio: su radiación, la confianza, realmente “una confianza ciega”, la paz sin igual, el equilibrio interior, la alegría perenne (el “ananda hindú) la sobria dicha y el agradecimiento que otorga. Sólo había tres motivos que reducían transitoriamente la luminosidad y la radiancia de esta luz: cuando tenía miedo, cuando estaba irritado o impaciente y cuando ambicionaba algo o actuaba egocéntricamente. ¡Cuánto mayor habría sido su felicidad, de haber podido ver el mundo iluminado por esta luz con sus ojos abiertos! Pero él la veía aún siendo ciego, pues a ella sólo se la ve desde la mirada interior. El mismo dice: “Yo veía como desde un lugar que no conocía, que tanto podía estar fuera o dentro mío, provenía una luminosidad, o más exactamente una luz, la luz.” Podemos decir que se trata de la “luz no creada” de los monjes Athos, se trata del reflejo de la “luz inaccesible” de la que Pablo dice que Dios vive en ella. Es la “iluminación” de la que habla Meister Eckhart. Y es Satori. Sólo cuando él “percibía las cosas como hostiles”, o sea que perdía la confianza “entonces el miedo producía lo que no me había producido la pérdida de la vista ocular: me enceguecía.”

Acción y actitud: movimiento y calma

La capacidad de percibir esta luz y con ella el despertar de la confianza primigenia puede ser un regalo o puede llegar  y permanecer en uno como de repente. Daisetz Suzuki lo corrobora en el Kamakura. Que suceda de esta forma no es frecuente. Pero esta capacidad también puede ser despertada gradualmente. Las diferentes formas de meditación conducen a ello. Cuál es la apropiada para cada uno, depende del grado de sustancia espiritual que logró en vidas pasadas. Lo único valedero es siempre la propia labor. Comprar mantras es autoengaño, el yoga incauto es dañino para la fuerza de nuestra conciencia y las drogas minan y autodestruyen aquello que puede llegar a ser nuestra extensa realidad sólo mediante una sobria y total entrega. Ante todo se requiere una actitud estable: sinceridad, pero sin fanatismo de veracidad; ningún deseo egocéntrico y ninguna intención intelectual por alcanzar la meta; no es posible alcanzarla; en definitiva no hay caminos y tampoco hay métodos preestablecidos; esto ya lo hemos señalado. ¿Cómo habría caminos hacia un lugar que no es un lugar pero que de todas formas es perceptible? Pero sí se requiere, repitámoslo puesto que es relevante, de una completa, confiada y sincera ─sin condicionamientos─ entrega. Sin esto no habrá despertar. De haber intencionalidad o poca fuerza de entrega al buen criterio de esa instancia, la oscuridad aumenta y la impaciencia pone trabas y destruye todo. Esa entrega incondicional, ese soltar, para el hombre occidental es extremadamente difícil. Para esa entrega completa y sin condicionamientos en la meditación, Sri Aurobindo y la madre del Ashram de Sri Aurobindo en su obra hicieron algunos señalamientos que son decisivos para el hombre occidental. Son conditio sine qua non. Se requiere de mucha resistencia y dominio interior. Ante todo de éste.

Para el futuro del mundo, que hoy por falta de su participación en lo espiritual se ve amenazado, sería de suma importancia si algunos desde su plena conciencia pudieran decir aquello que nos proporciona el Evangelio de Tomás: “Jesús dijo: ‘cuando os pregunten ¿de dónde venís? Decidles: ‘Hemos venido de la luz, de allí donde la luz surge de sí misma.’ ‘Y si os preguntan ¿cuál es la señal de vuestro padre que está en vosotros? Decidles: Allí hay un movimiento en calma’.”

Quien esto pudiera responder, estaría libre de temor, viviría fundado en la confianza primigenia y fortalecería las fuerzas espirituales en el mundo. Más no hace falta. Que así sea.