Infatigabilidad
Ser infatigable es nunca desvanecer, nunca permitir que nada quite el calor, la vivacidad, las variaciones, la belleza de la vida. Y, por sobre todo, ser infatigable significa nunca matar el amor. Como tal, tiene poco que ver con el cuerpo. Allí donde los ladrillos erguidos sencillamente pueden caer o construir un lugar donde las personas lloren, una sonrisa puede construir un nuevo cimiento. La infatigabilidad tiene que ver con el espíritu.
La infatigabilidad es cuando permaneces tranquilo en una posición mental específica y le das a lo que estás haciendo la fuerza pura de la tranquilidad, sea la luminosidad de una sonrisa o la calma de la observación. Cualquiera sea el color, tú lo acrecientas, le das forma y pureza. Basta entonces con cambiar de color sin dudar, sin contornos borrosos, de acuerdo sólo con la necesidad. La infatigabilidad requiere confianza. También requiere tanto amor por la vida que no existe siquiera un paso hacia atrás en dirección al pasado o un gran anhelo por el futuro. El ahora es bello, y es válido poner energía en él. Todo es importante.
A veces para facilitar la infatigabilidad es necesario retirarnos suavemente de la escena visible y focalizarnos en la escena mental. No vale la pena concentrarse en una escena sin color o profundidad, pero más allá de ella, alguien está llamando, hay un trabajo por hacer en el silencio. Cuando aprendes a oír necesidades ajenas ya no te hartas de una vida monótona. Tu mente encuentra siempre relevancia en algún lugar; silenciosamente.
La infatigabilidad llega para quienes tienen conciencia del tiempo, para quienes reconocen cuán crítica resulta la vida, cómo cada momento ofrece algo mucho más significativo que aquello que es evidente y cómo, también, hay tanto sufrimiento. Ella te impide “dormir” totalmente. Desarrollar una conciencia de la vida que supere tus límites inmediatos trae una inquietud saludable que, utilizada de modo correcto, e inspirada en la paz, es una contribución hacia la transformación; algo tan invisible como los ladrillos de un cimiento pero igual de importante. Pues para esa infatigabilidad que siente la importancia de las cosas no relacionadas directamente contigo, sino con asuntos superiores, hace falta poder. El poder viene de alcanzar altura, de ir más allá de lo inmediato y, desde arriba del ahora, más allá de las barreras, arriba y más allá de las relaciones, arriba de los sentidos, arriba incluso de tu propio cuerpo. Dejaste atrás la confusión y la estrechez que cansan y alcanzaste el aire puro. El aire puro es el remedio principal.