
Meditación II
Conferencia de Charles Kovacs
Octubre 1985
Como lo he mencionado cuando hablé sobre el aspecto externo de la meditación, el conocimiento del mundo espiritual y la disciplina interior de meditación hace algunos siglos no se expresaban en palabras sino en símbolos e imágenes. Y, aunque esto ya no es apropiado para nuestros días, el camino de ese lenguaje de símbolos, es superior a nuestra forma de comunicación habitual. Las imágenes tienen más vida que los conceptos intelectuales abstractos; esta es la razón por la cual un poema tiene más vida que un estudio científico. De modo que para obtener lo mejor de dos mundos, hemos de empezar con una de estas antiguas alegorías y luego traducir los conceptos que necesitamos para poder entender mejor.
Delante nuestro tenemos un grabado en madera del siglo XVII, su título: “la montaña de los expertos”. En la parte posterior del grabado hay una montaña, pero las siete figuras del frente, a los lados de los peldaños, nos permiten dilucidar que esta no es una montaña real. Las siete figuras representadas son los siete planetas conocidos hasta entonces. Atrás vemos el círculo del zodíaco y vemos inscripciones con el nombre de los cuatro elementos: fuego, aire, agua y tierra. Y, todo esto –los planetas, el zodíaco y los elementos− representa al cosmos, tal y como se lo entendía entonces; no el cosmos físico de la astronomía, sino un cosmos, un universo de seres espirituales y de fuerzas. Y este cosmos espiritual que está siendo representado en este grabado es el mundo-espíritu o el Espíritu del Universo, al cual me refiero en la conferencia anterior (Meditación I).
Los elementos, el zodíaco y los planetas son la expresión externa, concreta, del mundo espiritual, el Espíritu del Universo. Y, tal como lo he mencionado, el propósito de la meditación es conducir el espíritu del hombre hacia el espíritu del universo. En el fondo del grabado hemos asumido que ha sido representado el mundo espiritual y, pensamos que la parte anterior se refiere al espíritu humano. Pero antes de cuestionarnos qué estarán haciendo las personas allí representadas, queremos entender un poco qué significa: espíritu humano.
Una respuesta o una aproximación natural a esta cuestión −si uno toma el camino en el que Rudolf Steiner distingue entre cuerpo, alma y espíritu− la podemos encontrar en el primer capítulo de su libro “Teosofía”. Allí nos vamos acercando de un modo parecido al que sigue:
Estoy en un jardín y veo una flor. Lo que puedo ver es el instrumento del cuerpo físico. Yo disfruto del aroma y de los colores de la flor. Esto que se regocija ante esa maravilla de la naturaleza, es mi alma. Y ahora viene el tercer paso: reconozco que la flor es una rosa. De esa flor que tengo delante de mí, puedo describir su particularidad y ordenarla bajo el concepto “rosa” – que incluye a todas las rosas. Esa flor que tengo delante de mí se marchitará, mas el concepto “rosa” es eterno. La manera en que mi interioridad ubica conceptos generales tales como “rosa” es una actividad del espíritu. A esta actividad del espíritu la denominamos “pensamiento” y el pensar es, por cierto, una actividad del espíritu del hombre. Sin embargo, y este es el problema, bajo condiciones normales de la vida, no experimentamos nuestro pensar, pues es de naturaleza espiritual. Aún peor, no experimentamos la actividad del pensar en absoluto. Lo que quiero decir con esto es: yo camino por la calle, estoy consciente de las cosas y de las personas que pasan y también soy consciente de mi propio caminar. Pero con el pensar, no sucede lo mismo. Soy consciente de los pensamientos, de las ideas, de las imágenes mentales que pasan por mi mente, pero no –en absoluto − de la actividad que promueve, que produce, estos conceptos e imágenes mentales. No soy consciente de mi pensar, como lo soy de mi caminar. Si mi pensar está pendiente de alguna cosa que quiero comprar, o si mi mente está ocupada dilucidando algún profundo problema filosófico o científico, soy consciente del pensamiento, de las ideas que tengo que tener en cuenta en estas cuestiones, pero no de aquello que los produce. Por lo tanto tampoco soy consciente de la naturaleza espiritual del pensar y en consecuencia podría llegar a creer –lo que afirma la ciencia materialista− que nuestro cerebro físico es el que produce los pensamientos, y esto es un disparate.
Esta condición de la vida común, esta condición de no poder ver que el pensar es una actividad espiritual, en el cuadro es representada por el hombre de la derecha, si vemos el cuadro de frente. Este hombre, vestido al estilo de la época del siglo XVII, tiene los ojos vendados; no es un hombre que esté ciego, pero lleva los ojos vendados, y toda la composición del cuadro nos irá develando qué hacer para sacarnos la venda que nos impide ver.
Lo que se ve un poco más atrás, a la izquierda es que el hombre ya no tiene los ojos vendados y está tratando de atrapar una liebre con sus manos. También hay una liebre desapareciendo en el hueco de una montaña. Lo que se nos está queriendo decir con estas imágenes es que cuando estamos en estado de “ojos vendados” nuestro pensar va de una cosa a la siguiente, igual que las liebres que brincan en un claro del bosque. La liebre aquí es un símbolo para nuestro indisciplinado pensar común. Pero, si queremos descubrir la verdadera naturaleza del pensar, tenemos que atrapar la liebre: tenemos que sostener un pensamiento. Y esta es la primera etapa o el primer paso hacia la meditación.
Meditar significa sostener la misma imagen o palabra en nuestra mente por cierto tiempo durante el cual no debemos permitir que se nos cruce ningún otro pensamiento. Para empezar, no es nada fácil; casi tan o más difícil que pretender atrapar una liebre con las manos.
Sin embargo, si uno persiste y gradualmente aprende a controlar a las liebres que saltan y corren, a saber, nuestro pensamientos habituales, llega el momento en el que haremos una experiencia que nunca antes habíamos tenido: pensar. Uno se hace consciente del pensamiento como actividad, mas no es una actividad como caminar o correr. Pensar no es una actividad que se realiza con músculos físicos. Es una actividad del cuerpo etéreo.
De modo que cuando se da cuenta que el pensamiento es una clase de actividad, algo que uno hace, uno también se hace consciente de las fuerzas que desempeñan esta acción, las fuerzas del cuerpo etéreo. El pensarnos conduce a tener una experiencia del cuerpo etéreo.
Este antiguo grabado en madera trata de transmitir esto mostrando a una liebre que desaparece dentro de la montaña; aquí la montaña es el símbolo para el cuerpo etéreo, el cuerpo etéreo completo.
En el Evangelio de Mateo tenemos, por ejemplo, “el sermón del monte”, en ese sermón Jesús les habla a sus discípulos sobre las diez “Bienaventuranzas”. Cuando en el capítulo V de este Evangelio se nos dice que Jesús fue a una montaña, no significa que haya sido física. Significa que Jesús hablo a sus discípulos en el plano físico pero en un plano más elevado, el plano del mundo etéreo. Y, el pensamiento experimentado como una actividad nos lleva a ese mundo. Y uno consigue saber que antes uno solo había leído sobre esto. Uno sabía, porque lo había leído, que el cuerpo etéreo es un sistema que fluye, moviendo fuerzas –fuerzas formativas, como las llamó Rudolf Steiner−. Y Rudolf Steiner a los pensamientos etéreos los denominó “pensamientos libres de lo corporal”. ¿Qué significa que estén “libres del cuerpo físico”? Uno puede llegar a este nivel, estando en el cuerpo físico, no solo mediante la meditación sino también a través de un intenso estudio de “La Filosofía de la Libertad”. Mas este es un camino difícil de seguir y hay pocas personas que pueda hacer el viaje por ese camino. Este pensamiento etéreo es, en algunos aspectos, diferente del pensar común. Es –como ya lo he mencionado− una actividad y uno tiene que ser muy activo, por cierto, para pensar en el cuerpo etéreo. Pero algunas ideas, alguna interiorización, algún que otro conocimiento que uno consigue, no es el resultado de nuestro propio hacer, no es en absoluto nuestro producto. Es, más bien, como si alguien que trabaja con tesón en un jardín y eventualmente es recompensado con algunas hermosas flores. Esta persona puede tener el crédito de su ardua labor, pero no el de las hermosas flores. Ellas son el regalo de las fuerzas de la naturaleza; del mismo modo nuestras ideas son un regalo de las fuerzas del espíritu. Hasta aquí queda bien claro que sería una absoluta estupidez si uno se refiriese a sí mismo como listo, inteligente o sabio, porque le ha llegado esta o aquella buena idea. Esta persona sería como un jardinero que cree haber creado sus hermosas flores. Como mencioné antes, esta actividad del pensar sucede en el cuerpo etéreo que en realidad es el portador de las fuerzas de vida, las fuerzas que mantienen la vida y la salud de nuestra organización. Y, porque esta actividad del pensar es una parte de las fuerzas de curación en nosotros, uno aprende a hacer una nueva distinción entre ideas e ideas. En nuestro pensar común distinguimos ideas lógicas, razonables, de aquellas que no tienen lógica o razón. Pero ahora uno empieza a sentir diferencia entre ideas sanas y aquellas que no lo son. Uno puede leer libros o escuchar conferencias que son muy lógicas, muy interesantes, e incluso, brillantes. Mas el pensar del cual proceden estas ideas es de discordia, está en desarmonía con el fluir de las fuerzas etéreas, el pensamiento es “insalubre” o “muerto”. Por supuesto, todos estamos expuestos a muchos pensamientos muertos e insalubres: en los medios, en la política, en la ciencia, aún en el arte. Y por eso es tan necesario que uno busque revitalizar las fuerzas leyendo la Biblia, o a Goethe, o a Rudolf Steiner, no solo con el propósito de aprender, sino para la salud espiritual. Tal como las personas van al campo para restablecer o mejorar su salud física. Antiguamente era costumbre leer la Biblia en el círculo de la familia, se hacía instintivamente, era para mantener la salud espiritual, pues esta puede fluir de dichas lecturas.
El pensamiento etéreo que nos hace sensibles para con los pensamientos saludables y los que no lo son, también nos permite percibir otros factores.
En el estado de “ceguera” común, se puede o no creer que exista una vida después de la muerte, una existencia sin el cuerpo físico. Cualquier camino solo puede ser una creencia. Mas el pensamiento etéreo es, como lo describió R. Steiner “libre del cuerpo”, de modo que dentro de su propia naturaleza lleva la prueba de que hay una existencia que no requiere de un cuerpo físico. A partir de esto uno puede entender por qué Rudolf Steiner en el libro “Teosofía” dice que “el pensamiento es la habilidad de formar conceptos, a modo de ilustración del espíritu en el hombre – lo cual significa que es inmortal. Los pensamientos, cuando son llevados de un plano “de ojos vendados” a un plano superior, al plano del cuerpo etéreo, es una prueba viviente de que hay una existencia “libre del cuerpo físico”. El pensamiento es, por cierto, una manifestación del espíritu inmortal del hombre y, cuando es experimentado en el cuerpo etéreo, nos trae el conocimiento de la inmortalidad. Un antiguo símbolo de la inmortalidad es el Ave Fénix, un ave legendaria que se consume en su propio fuego, pero se vuelve a elevar con vida desde las cenizas.
Y en nuestro cuadro también encontramos el símbolo del Ave Fénix, bien alto en la montaña. Abajo hay una liebre que se mete en la cueva de la montaña, lo cual representa al pensamiento común que se transforma en pensamiento etéreo. Y ese pensamiento etéreo conduce al conocimiento de la inmortalidad. En el lenguaje de este antiguo cuadro la liebre se ha transformado en el Ave Fénix.
El cuerpo etéreo, representado en este cuadro por la montaña, es, en realidad, el símbolo de fuerzas fluyentes. Estas fuerzas se mueven y fluye dentro y en derredor de ciertos centros. Estos centros eran conocidos por los ocultistas de todas las épocas de la historia de la humanidad. En la tradición hindú, se los llama “ruedas” o “chacras”; otro nombre que se les da es el de “flores de loto”.
Hay siete que se corresponden con los siete planetas. Por ejemplo hay una flor de loto en el centro de la frente, está exactamente allí donde tenemos nuestra glándula pineal/pituitaria. Esta flor de loto se corresponde con el planeta Júpiter. Otra flor de loto está en la región de la laringe, esta se corresponde con el planeta Marte.
La relación de las flores de loto con los planetas, también se ve reflejada en la imagen del grabado. Ellas aquí están sobre la montaña, son las siete figuras que, como ya he mencionado, representan las fuerzas espirituales de los planetas. Y en la montaña hay siete escalones. Estos simbolizan las flores de loto. Y la relación entre las figuras que se hallan sobre la montaña –y en realidad, afuera de ella− y los escalones en la montaña, simbolizan que cuando llegamos a las flores de loto ya no tratamos solamente con fuerzas etéreas sino también con fuerzas de un orden superior: las fuerzas del cuerpo astral y del yo. Estas así denominadas “flores de loto” en realidad son órganos de percepción espiritual. Pero hay una diferencia fundamental entre los sentidos físicos y espirituales. Los ojos y los oídos físicos reciben las impresiones del mundo externo de una manera pasiva, sin hacer nada para ver o para escuchar. Pero a las flores de loto es necesario activarlas, tenemos que hacer algo para ponerlas en movimiento para que puedan percibir. Del mismo modo en que el pensar tiene que pasar a ser una actividad, el percibir a través de las flores de loto tiene que pasar a ser una actividad. Y las fuerzas necesarias para poner las flores de loto en movimiento son “fuerzas morales”. A través de nuestros ojos físicos percibimos el cuadro real del mundo físico, si somos buenos o malos como personas. Pero las flores de loto nos develarán un cuadro verdadero del mundo espiritual. En caso de no ser activadas mediante fuerzas morales, nos mostrarán un cuadro distorsionado. Lo que aquí quiere decir “moral” no tiene que ver con la moralidad convencional. Muchas son las personas que son capaces de controlar la ira o la impaciencia en lo externo cuando las circunstancias así lo demandan. Esta moralidad antes bien habla de la fuerza de no sentir ira, no sentir impaciencia, no sentir ansiedad, mediante el poder de la propia voluntad.
En la imagen, las escaleras, los símbolos para las flores de loto, llevan inscriptas palabras: calcinación, sublimación, etc. Son términos tomados del laboratorio de los alquimistas, mas lo que realmente significan, son etapas de desarrollo de las fuerzas morales. Las instrucciones concretas para el trabajo interior se encuentran en “¿Cómo se alcanza el conocimiento de los mundos superiores? De R. Steiner. El libro habla de las flores de loto y como se desarrolla cada una de ellas.
Es entonces cuando uno comprende y accede al conocimiento de las propias dificultades morales. Uno ha de enfrentarse con uno mismo, tal como es en realidad. Igual que las dificultades morales varían de persona en persona, también el momento en que despierta la bestia es diferente para cada cual. De allí en adelante las experiencias del camino son distintas para cada persona y solo alguien que ha alcanzado la condición de Rudolf Steiner tiene derecho y autoridad para hablar de estos asuntos.
Sin embargo nuestra imagen del grabado puede darnos una idea general de la dirección en la cual uno debería desarrollarse. Las escaleras representan estados de purificación del cuerpo astral. Para la mayoría de nosotros, son pruebas que uno no puede llegar a completar en una encarnación. Pero, el poder de “trepar las escaleras” por completo, rápido o lentamente, está en el yo. En el grabado no se encuentra un símbolo para el yo, pero si pensamos en una fuerza que pueda llevar al alma humana del estado de “ceguera”, de quitar “la venda” de los ojos, hasta llevarla a las alturas del círculo cósmico, al mundo espiritual, entonces toda la imagen representa la naturaleza del Ego o del yo superior. En el camino de meditación uno vive, como si fuesen dos vidas.
En la vida común, el yo tiene solo un punto de vista personal, subjetivo y limitado. Y luego está la verdadera vida del Ego o yo superior, el espíritu del hombre que se esfuerza por unirse al mundo espiritual.
Rudolf Steiner era un hombre joven de 30 años cuando escribió sobre estas cuestiones, sobre estad dos vidas a una amiga, a Rosa Meyreder (carta del 4.1.1891). De allí el siguiente pasaje:
“Es terrible verse a sí mismo como alguien botado de la esfera del mundo espiritual, como una mera mancha en el edificio del mundo. Ser un “yo” es inaguantable. Pero cuando uno muda la piel de separación y emerge en el plano de la existencia, donde el mundo espiritual vive y crea, y cuando uno siente, ve, la totalidad en su esencia, es también el fundamento de mi separada individualidad, cuando uno contempla la propia existencia en el tiempo, desde el punto de vista de la existencia eterna, es un momento de tal supremo placer, que vale la pena pagar por ello, con el dolor de ser un yo”. Estas palabras reflejan algo de lo que significa la unión con el mundo espiritual; significa saber a través del mundo espiritual, el por qué uno está aquí. Significa entender la parte que uno tiene que actuar en la evolución de la humanidad y del mundo. Y lo que esta parte requiere aquí y ahora, los “ocultistas” a este conocer lo llaman, el propósito de la existencia, conociendo nuestro nombre eterno.
Jesús habló de esto cuando a sus discípulos les dijo que no se regocijaran porque se rindiesen los demonios ante ellos, sino antes bien se regocijaran porque sus nombres estaban escritos en el firmamento estelar.
A las almas que buscan conocer su nombre eterno, el que está escrito en el firmamento estelar, se les aconseja meditar.