Meditación
Abstracción y construcción del templo
La palabra re-encontrada
Acerca de cómo cultivar el misterio en la actualidad
Heten Wilkens
En la cultura de la meditación en épocas pasadas –incluso en la actualidad– obra una imagen básica en cuanto a que en el silencioso camino de ejercitación espiritual se construye un templo invisible. Este templo crece paso a paso –desde los cimientos se van elevando paredes y columnas– hasta la conformación del techo. Siempre se labra meditando un nuevo estado de conciencia que va despertando y aparece gracias y mediante “abstracción real”, según lo formulara filosóficamente Rudolf Steiner. En una imagen simple, condensada a su contenido figurado –por ejemplo “la luz es la sabiduría y el calor del amor”– quien medita, a medida que lo ejercita, se va apartando de estos términos simbólicos. De ese modo puede ir haciéndose cada vez más presente en el proceso de la construcción: una presencia espiritual, independiente del contenido de la elegida imagen.
“El investigador del espíritu –mediante su concentración en aquella vida anímica que en él existe a partir de símbolos– en su conciencia debe llegar a ser capaz de alejarse por completo de este contenido de los símbolos. Lo que entonces debe surgir ante su conciencia, es el proceso al que estuvo sometida su vida anímica durante el tiempo en que estuvo entregado a los símbolos. El
contenido de la imaginación de símbolos ha de ser desechado en una especie de abstracción real y en la conciencia sólo debe permanecer la forma de la vivencia. Con ello … la conciencia, de la urdimbre interior del contenido del alma [hace] sustancia de meditación… En ello
se llega a conocer el interior humano, no sólo mediante reflexión sobre sí mismo como portador de las impresiones de los sentidos y de la elaboración pensante de estas impresiones sensorias sino que el ser se conoce a sí mismo, tal como es, sin relación a un contenido sensorio: se vivencia a sí mismo como realidad suprasensible”.
‘La abstracción real’ hace referencia al acto de la supresión de todo lo establecido o autogenerado. De este modo se van creado los elementos de construcción (ladrillos) del templo invisible. Quien medita, transforma la sensación de conciencia de objeto en imaginación que alcanza, abarca, recurre a figuras formadoras vivas. Una antigua expresión imaginativa para el carácter meditativo de la cuestión habla de ‘la prueba de fuego’, como ya ha sido mencionado en otros contextos. La seguridad provisional del imaginar (como sensación) se quema anímico-espiritualmente y de allí surge una cualidad superior de la representación imaginativa. Ante este umbral se puede retroceder, permanecer en la seguridad de lo anterior, o se avanza a través de la encendida cualidad transformadora del conocimiento. – Quien medita, transforma la conciencia representativa imaginativa en (el ladrillo de la) inspiración que en el aquí y ahora reúne los omnipresentes sonidos universales. A esta experiencia se la ha denominado ‘la prueba del agua’. Quien medita sólo puede caminar sobre el agua sin ‘hundirse’ en múltiples conexiones y relaciones, cuando logra sostener el flujo consciente del vínculo. – En este sentido, la conciencia inspirada es transformada en componente de la intuición. El meditante no se pierde en el ser espiritual del otro sino que ante éste despierta a sí mismo en una dimensión superior. Este último nivel ha sido denominado ‘prueba del aire’. En la intuición se vivencia con certeza de destino el encuentro con el indivisible genio de la otra persona, igual que cómo se presentan las estrellas en ronda –libres en el espacio– al portarse por sí mismas.
La construcción del templo es una totalidad, aunque en apariencia los cimientos, las paredes, las columnas y el techo han de ser descriptos por separado. En la conferencia del 8 de abril de 1911 (Bolonia), Rudolf Steiner guía la atención hacia una sutil percepción: y es que la realidad del yo humano vive en la legitimidad de las cosas. Esta experiencia contradice la ilusión corriente en cuanto a que el yo sale desde el interior humano. Entretanto cada uno crea el espacio interior del pensar, en el que ‘habla’ mediante la legitimidad de las cosas (de naturaleza enigmático-divina) en la forma de una estructura de conciencia de muchos niveles. En esta construcción del templo invisible se puede volver a vivenciar al ser humano y al mundo como unidad viviente; en libre responsabilidad. De esto hablaban los antiguos ‘Misterios de la sabiduría’ mediante el Ser de la Revelación. De esto hablan de manera renovada los actuales ‘Misterios de la voluntad’ mediante el Ser de la Libertad.