Conferencia de Charles Kovacs (4.6.1924) sobre Karma II
Dice Kovacs:
En esta conferencia, Rudolf Steiner se dirige directamente al corazón de las personas presentes y al hacerlo, los lleva a la región de la segunda Jerarquía, los Exusiai, los Dynamis y los Kyriotetes, la Jerarquía de Cristo. Una vez creado un clima de reverencia, revela lo que Cristo dijo a sus discípulos más cercanos, palabras que no han sido recogidas en los Evangelios. El tema sobre el que habló Jesús-Cristo en aquella oportunidad fue el tiempo y el espacio. El espacio es la manifestación de Dios padre, él, Cristo, ha venido a la Tierra para traer a las almas la experiencia del tiempo. Pero, como se nos dijo en la conferencia, para poder experimentar el tiempo, primero hemos de morir. Esto no es fácil de entender. A este misterio tenemos que ir acercándonos gradualmente.
Recordemos en primer lugar la naturaleza del ser humano que consta de cuatro cuerpos: cuerpo físico, cuerpo etéreo, cuerpo astral, yo. Esta cuádruple conformación es a imagen de, o un reflejo de la estructura cuádruple del mundo. El cuerpo físico ha sido tomado de la sustancia de la Tierra, el cuerpo etéreo del éter universal, el cuerpo astral de lo astral cósmico y, el yo es de la misma naturaleza espiritual del espíritu universal, a saber, las jerarquías. En esta conferencia Rudolf Steiner para hablar de espiritualidad utiliza el término entidad espiritual. En nuestro contexto surge la pregunta: ¿cómo se relacionan estas diferentes entidades con el tiempo?
Mediante el cuerpo físico al tiempo sólo lo conocemos como una abstracción, por medio de relojes y a través de estos mecanismos un segundo es igual al siguiente, una hora, igual a la otra. En realidad, por supuesto que ningún segundo es igual a otro. La corriente temporal está en permanente cambio. Nos acercamos a la verdadera naturaleza del tiempo a través del cuerpo etéreo, portador de la memoria. Gracias a este cuerpo, somos conscientes de que algunos eventos, en cuanto al tiempo, son más recientes y otros más lejanos en el pasado. Mientras que, gracias al cuerpo astral, dirigimos la mirada en dirección opuesta. Este cuerpo es el portador de nuestros deseos y anhelos, y uno desea algo que aún no está aquí. De hecho, hay una conferencia en la que Rudolf Steiner describe al cuerpo astral como una corriente que proviene del futuro, mientras que el cuerpo etéreo es una corriente que viene del pasado. Incluso hay una experiencia bastante conocida, el “dejà vu”, que ilustra esta naturaleza del cuerpo astral: estamos en el extranjero, en un lugar desconocido, un lugar que nunca habíamos visitado antes, pero estamos seguros de que al ingresar en la siguiente calle veremos un edificio específico y allí está, a la vuelta de la esquina.
Mediante el cuerpo etéreo y el cuerpo astral tenemos conciencia de dos mitades del tiempo: de lo que ya no es y de lo que todavía no es. Lo que aún nos falta es el ahora, el instante presente. Y comprendemos que esta experiencia sólo puede surgir desde el yo. Pero antes de seguir en esta dirección, tenemos que considerar otro aspecto del problema del tiempo, el aspecto cósmico, y lo tomaremos tal como nos ha sido transmitido en esta conferencia.
Mi propio cuerpo etéreo es físicamente invisible, pero el universo etéreo, las fuerzas etéreas del cosmos son visibles para nosotros en el majestuoso cielo azul. Y la astralidad cósmica también se nos presenta en la luz de las estrellas, los planetas, el sol y la luna. ¿Cómo comprender estas revelaciones en el contexto de nuestra cuestión?
Al considerar el azul del cielo tenemos que pensar en colores, igual que como lo hizo Goethe. En sus escritos él habla de un fenómeno óptico que posee cualidades morales. A lo que se refiere es, por ejemplo, a la cualidad tranquilizadora del verde, a la naturaleza agresiva del rojo, etcétera. ¿Cuál es, en este sentido, la cualidad moral del cielo azul? En nosotros despierta un sentimiento de reverencia, de devoción. Y, considerando las luminarias del cielo de las que se habló en esta conferencia, podemos ver en ellas un cuidadoso acercamiento de las jerarquías. Y esta apreciación de cielo y estrellas, a modo de experiencia moral, también es la clave para comprender el tiempo y, en especial, para comprender al tiempo como experiencia del yo.
El yo real –el que trasciende, no al que nos referimos con este pronombre− es una entidad espiritual, un ser inmortal que existe más allá del tiempo en los reinos de la eternidad. Y es mediante este yo eterno que podemos experimentar el momento presente, el ahora. De esta conexión entre eternidad y momento fugaz en la naturaleza del yo, resulta el karma. Cada decisión que tomamos, cada acción que realizamos, cada palabra que decimos, los pensamientos que pensamos y las emociones que sentimos, están siendo juzgadas por las jerarquías y conllevan consecuencias en futuras encarnaciones.
Gracias a que el yo vincula la eternidad con el momento presente, es que somos capaces de tener “intuición moral”, esto significa que podemos tomar ideales morales y llevarlos a la práctica en este mundo terreno.
Pero ahora llegamos a esa extraña afirmación que nos sorprendió al principio de esta conferencia en cuanto a que para experimentar la realidad del tiempo, uno tiene que morir. La experiencia de la luz necesita del contraste con la oscuridad, la experiencia del calor, de la experiencia contrastante del frío y, del mismo modo, para experimentar la realidad del tiempo, uno necesita la experiencia de la eternidad sin tiempo. Y esta última experiencia sólo es posible que la tenga el yo real, el yo eterno. Pero sólo después de la muerte, después de haber descartado al yo terreno ilusorio en el kamaloca, nos podremos unir a ese yo superior, a nuestro yo real.
Para alcanzar este yo y el universo al cual pertenece, el mundo espiritual o Devacan, en la época pre-cristiana existían los así denominados sitios de los misterios. Y las almas que pasaban las pruebas y juicios necesarios para la iniciación, eventualmente pasaban por un estado parecido a la muerte, lo cual eventualmente les hacía posible llegar a contactar con el yo eterno. Y era necesario que hubiera almas que pudiesen acceder más allá del umbral de la muerte pues sólo de esa manera era posible que trajesen nuevos impulsos espirituales desde ese mundo para los hombres en la Tierra. En aquellos tiempos toda la civilización humana dependía de las iniciaciones de los misterios. Ellos conocían la realidad del tiempo y de la eternidad y cómo conectar ambas realidades trayendo al tiempo los impulsos requeridos en ciertos momentos.
Sin embargo, los procedimientos necesarios para las iniciaciones con el tiempo dejaron de ser efectivos y, al tiempo que estaba por acontecer el Misterio del Gólgota, prácticamente habían llegado a su fin. Y, lo que trajo Cristo, fue una nueva forma de llegar más allá de la muerte. Él se sacrificó a sí mismo, sufrió la muerte para superarla y desde el Gólgota en adelante cada ser humano puede llegar a ese mundo que está más allá de la muerte. Y lo que se dijo antes en cuanto a intuición moral, es una consecuencia de la muerte en el monte Gólgota.
La primera vez que seres humanos experimentaron este tipo de intuición fue la ocasión que recordamos y celebramos como Pentecostés. Fue entonces que los discípulos hablaron cada uno a su manera y, sin embargo, había armonía entre sí. Fue en ese momento −cuando el eterno Espíritu Santo habló a través de hombres terrenos mortales− que comenzaron los nuevos Misterios. La imagen de las lenguas de fuego descendiendo sobre los discípulos simboliza el don del Espíritu Santo.
Ingresamos en el mundo espacial, el mundo del Dios Padre, cuando nacemos. A través de Cristo encontramos el tiempo vivo que se halla más allá de la muerte. Del Espíritu Santo recibimos el don de la intuición moral.
Celebramos la fiesta del Dios Padre en Navidad, la fiesta del Dios Hijo en Pascua de Resurrección y la fiesta del Dios Espíritu, la celebramos en Pentecostés.
Mas los dones de la Santa Trinidad no sólo se ven distribuidos a lo largo del año, también están distribuidos en la vida humana. En una conferencia que dio el 25.12.1918 Rudolf Steiner comentó: la temprana infancia, pautada por el Dios Padre, al alma humana le confiere el impulso de igualdad, la conciencia de la igualdad de derechos para todos los seres humanos. En el polo opuesto de la vida, en la ancianidad, el proceso del envejecer, acompañado por el debilitamiento del cuerpo físico, acerca la posibilidad de percibir la creciente libertad del espíritu. Y, durante todos los años de nuestra vida adulta, deberíamos, tenemos que desarrollar el impulso de la hermandad, pues es esto lo que significan las palabras de Cristo: lo que hagáis a cualquiera de mis hermanos, a mí me lo habréis hecho.
Y a estas tres festividades podemos agregar una cuarta, la fiesta de Micael, en la otra mitad del año, cuando el sol ingresa al signo de Libra, al signo de la balanza. Es el símbolo de la armonía y la balanza (el equilibrio) de los impulsos de la Santa Trinidad.