Pureza
Al igual que la palabra virtud, pureza es una palabra que, en occidente, fue asociada a movimientos religiosos que promulgan la abstinencia total de placer. Muchas veces es tomada con cierta jocosidad, incluso con desprecio, y, aún así, ella, de hecho, es la base para la mayor conquista humana. Ella es el fundamento de la virtud. ¿Cómo?
Imagina una sala realmente bonita, muy bien amueblada, aunque con sencillez, inundada por la luz del sol, con paredes pintadas con colores suaves, mullidas alfombras, adornos bien dispuestos, con precisión y naturalidad. Alguien entra en la sala, se sienta, toma alguno de los objetos, lo coloca en un lugar diferente, se levanta y deja las almohadas torcidas y arrugadas. Una segunda persona entra, pone música, comienza a conversar. Luego, entra una tercera, una cuarta, una quinta persona. El volumen aumenta. Se inicia una discusión. Parecería ser una fiesta. De pronto, un objeto resulta roto. Algo muy valioso se ha caído y se ha roto. Al escuchar el ruido, la anfitriona, ansiosa y preocupada, pero con un sentimiento de dignidad, entra. Ya es demasiado tarde. Su falta de atención causó una gran pérdida.
Esta es la historia de la pureza. Todos los seres humanos tenemos un espacio interno lleno de virtudes, posesiones y tesoros. Para algunos, el espacio puede ser pequeño, para otros hay un espacio descuidado en algún lugar de sus almas. Cuando un alma inicia su vida, ese espacio se encuentra completamente intacto, pleno de luz. Pero cuando la primera persona entra, cuando permitimos que ese santuario sea invadido, algo se pierde. Puede ser sólo una parte de su integridad, pero algo se fue. Ellos extendieron su mano, tal vez como un gesto de amistad, pero con él vino la fuerza de la influencia externa y la invasión a la autoestima.
Una persona entró y, entonces, una segunda, una tercera, una cuarta, una fiesta. Cada visitante trae consigo una idea y el ruido de la discordia se inicia. La humanidad estuvo, hasta recién y todavía, inquieta, con turbulencias, fiestas internas. Y, entonces, la ruptura. Eso sucede con todos nosotros y, aunque el ruido sea bastante alto, ni siquiera percibimos el momento en el que el aspecto más personal y valioso de nuestro ser es masacrado. Y lo peor, cuando nuestros talentos, sean cuales fueren, son ignorados, o incluso destruídos.
En este momento necesitamos detenernos y meditar, ponerle un fin a la fiesta.
Toda anfitriona sabe que requiere una fuerza suprema para detener, acomodar y limpiar todo luego de una fiesta. Es mucho más fácil irse a dormir y dejar la tarea para más tarde. ¿Qué es lo que se necesita? Internamente, invitar a una Fuerza Suprema que venga y restaure la luz y el orden: Dios.
Encuentra un alma verdaderamente pura y ella podrá pasar por ti sin dejar marca alguna, sólo una sensación de claridad y optimismo. Y, cuando ella parte, sientes que estás nuevamente solo; solo para apreciar la cualidad especial que ella, con mucha suavidad, realzó dentro de ti.
Cuando Dios entra en tu vida, es como un rayo láser que traspasa tu ser. El desorden se torna abominablemente visible. Sin embargo, a medida que la luz entra, su tendencia principal es restaurar la belleza y el valor. La meditación es una invitación a la luz. Entonces, ¿qué dice Dios sobre la pureza? Dios no dice: quédate solo, compórtate cual ama de casa melindrosa que tiembla cuando alguien le toca alguna cosa. Dios aprecia una fiesta, pero enseña respeto, el respeto que disfruta la compañía, la cnversación, la risa, pero no permite que cualquier impresión profunda se grabe en nuestro medio mental.